domingo, 11 de octubre de 2020

Un cerco más por romper (Parte 3)

Mural: Prometeo, José Clemente Orozco.

  

Entre la indigencia y el arribo a un legado cultural de más de 500 años de lucha social en México media una cárcel ideológica en forma de idiosincrasia que encierra con candado los anhelos de toda una nación; razón por lo cual se dificulta el progreso social de un pueblo rezagado por la desigualdad. De modo que es necesario encontrar la salida de esta cárcel y romper el candado para alcanzar nuestra libertad.

Para encontrar la salida de esta cárcel cabe mencionar que la idiosincrasia mexicana promovida por el gobierno y que reproduce el pueblo tiene como fin: engañar. El engaño ha consistido en falsificar la realidad y tergiversar el pasado para hacer creer a las masas algo que no es verdad y, a sus costillas, obtener un beneficio. Por ejemplo, se difundió durante mucho tiempo y ahora también que la corrupción es un problema moral de orden ético cuando en realidad es un problema social de orden económico. En otras palabras la corrupción tiene por motor el proceder utilitarista que, a su vez, es consecuencia del carácter mercantil del sistema económico capitalista. Es por esto que algunos consideran más fácil tranzar que cambiar el sistema para avanzar, pues la necesidad es capaz de vencer los principios sino se tiene claro la causa del problema.

No obstante la dinámica social, regida por el desarrollo de la lucha de clases, se opone a la subsistencia de los valores individualistas y liberales de la idiosincrasia mexicana. Con esto quiero decir que los usos y costumbres de relaciones sociales de producción que en un momento dado predominaron tras la conquista española y luego en la naciente república mexicana se han actualizado de acuerdo a la evolución del capitalismo en las diferentes partes del país, lo cual ha implicado la coexistencia de valores basados en dos puntos de vista antagónicos. Por un lado, la gran industria afianzó la idea del bienestar social basado en la propiedad privada y, por otro lado, la producción social allanó el terreno a la idea del bien común. En ese sentido, no es casualidad que las empresas con alta concentración de personal sean consideradas por los trabajadores un espacio idóneo para aprender a través del trabajo colectivo el verdadero significado de la solidaridad y la vida en comunidad; y que los jefes sean percibidos como los responsables de introducir a los nuevos en el régimen laboral y de expulsar a todo inconforme con las reglas del sistema de trabajo asalariado que dicta el patrón.

Con relación a la coexistencia dialéctica de formas opuestas de concebir el mundo cabe mencionar lo relacionado a la consciencia de clase en sí para sí, ya que transitar de la conciencia de clase “en sí” a la toma de conciencia de clase “para sí” implica ser consciente del lugar que se ocupa en las relaciones sociales de producción y también de la capacidad de organizar de manera consciente acciones a fin de cumplir con el papel histórico correspondiente. Lo anterior se resume en la frase: conócete tú mismo para ser quien eres. Así, por ejemplo, ocurrió en la revolución francesa de 1789 donde la burguesía dirigió a las masas en la lucha anti feudal para después tomar el poder del mismo modo que sucedió, posteriormente, en Rusia con la revolución de octubre de 1917 donde el proletariado dirigió la lucha contra el gobierno de transición de la burguesía e instauró la primera república socialista en la historia de la humanidad. En ambos casos tanto la burguesía como el proletariado demostraron ser conscientes de quienes eran y cuál era su deber,  tan es así que asumieron, en su respectivo país, el control político de la economía para dirigir a la sociedad de su tiempo.

De acuerdo con lo antes expuesto sobre la conciencia de clase me gustaría señalar que la idiosincrasia de la cultura popular mexicana es una visión del mundo que, además de basarse en más mentiras que verdades, vacila a favor de la clase dominante y en detrimento de las clases subalternas. En ese sentido las clases dominantes han puesto, a través de una política cultural, a su servicio el aparato estatal para mantener su dominación, hegemonía y el orden establecido que ha provocado la expansión de la extrema pobreza a causa de la concentración de la extrema riqueza en unas cuantas personas. 

Para ilustrar mejor los efectos de la idiosincrasia con relación a la distribución del ingreso entre lo que corresponde al pago del factor capital y lo que corresponde al pago del factor trabajo me remito al análisis realizado por el economista Gerardo Esquivel Hernández de 2015, donde señala la desigualdad extrema en la distribución del ingreso del siguiente modo:

 “Suele suponerse que esta distribución se mantiene estable a lo largo del tiempo. Sin embargo, […] durante los últimos 30 años ha habido un crecimiento paulatino de la participación del capital en el ingreso nacional, sí, pero al tiempo, una consecuente disminución de la participación del factor trabajo. A partir de 1981 y 2012, la participación del capital aumentó del 62% al 73% y la del trabajo disminuyó del 38% al 27%. Todo lo anterior favorece en 11 puntos porcentuales al ingreso nacional a favor del capital y a costa del trabajo. Las explicaciones del fenómeno tal pueden anclarse sea en un aumento considerable del tamaño del capital en México o bien, en un aumento en la capacidad de negociación de los dueños del capital para apropiarse de una porción mayor del valor agregado”.[1]

De conformidad con lo anterior, a mi juicio, el aumento considerable del tamaño del capital en México fue posible por  un cambio en la correlación de fuerzas que generó condiciones para una mayor capacidad de negociación de los dueños del capital.  El cambio en la correlación de fuerzas en detrimento del movimiento sindical y  en beneficio de los dueños del capital  se debió, en gran medida, al apoyo gubernamental que recibieron los empresarios para intervenir en la vida interna de los sindicatos con el propósito de controlar y corporativizar a los dirigentes e influenciar, desorganizar y confundir a la base.

 Por último y considerando que la idiosincrasia es una falsificación teórica de la realidad que ya no tiene cabida en la actualidad más que para perpetuar la desigualdad extrema hay que esbozar la situación de la clase obrera mexicana en el terreno ideológico. En nuestro caso particular la clase obrera se divide entre los que se encuentran más próximos a tomar conciencia de clase y los que no han superado el cerco ideológico, que representa la idiosincrasia mexicana. Por un lado, tenemos a un segmento de la clase obrera influenciado por el movimiento proletario independiente que reivindica, en un sentido libertario, el legado cultural de la histórica lucha de clases con el propósito de recoger las lecciones del pasado y, por otro lado, a quienes siendo influenciados por el gobierno de los monopolios y dueños de la gran industria reivindican la cultura de la sumisión y aceptación de la perpetua condición de esclavo moderno al viejo estilo de las haciendas.

En conclusión, considero necesario hacer una aproximación objetiva de nuestro pasado desde un enfoque historicista para romper el candado de esta cárcel ideológica, pues es el único modo de superar el cerco, que encierra nuestra intención de acercarnos al legado cultural de los grandes movimientos sociales, es cuestionando la historia escrita por los que han sacado provecho del engaño.
 


[1] Hernández Esquivel, Gerardo. Desigualdad extrema en México. Edit. OXFAM México. 2015. D.F. pág. 24-25.

 

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